Durante
generaciones enteras y gobiernos
autoritarios en los últimos 100 años no se había visto una devastación moral, política y económica como
la actual. A esta hecatombe de
proporciones bíblicas hay que buscarle un término preciso ¿Lesa patria? ¿Lesa
Humanidad? ¿Genocidio? ¿Devastación? ¡No! Algo de mayor escala… un Paisidio*: Es decir, la liquidación planificada y
fríamente ejecutada de un país, riquezas, gente, recursos, talentos, historia, cultura,
principios, valores e instituciones a un nivel solo comparable con los
campos de exterminio nazis, los gulags soviéticos y la depuración ideológica de
Mao, pero cuidándose de no causar tantos muertos “directos” para guardar las
formas del siglo 21.
Los paisidas durante años han inoculado en vivo en directo por televisión nacional el veneno del odio de clases, han decretado la muerte de la decencia, del mérito, del esfuerzo, de los valores y hasta del idioma. Pretenden reinterpretar la historia nacional y universal, acabar o reemplazar la cultura nacional y los valores patrios, deformar los conceptos y principios democráticos y libertarios, los valores cívicos y republicanos, anular al ser humano, erradicar el concepto de libertad, productividad, creatividad y emprendimiento individual y sustituirlos por una ideología foránea, inhumana, colectivizante y contra natura.
Este gigantesco crimen se ejecuta para favorecer las fuerzas económicas de la “internacional comunista”. El objetivo es destruir el alma, el espíritu de Venezuela para apoderarse mansamente de sus riquezas. El mecanismo es una especie de reedición de la conquista del Imperio Inca, mediante la captura y colonización mental de los malhechores, traidores, que ayer y hoy ocupan la presidencia de la República, con el agravante, que nunca en la historia contemporánea, una nación pequeña, pobre y atrasada había colonizado a otra más grande, rica y avanzada. Vergüenza eterna para los venezolanos.
Ante este abominable
crimen, que es una síntesis de todo lo criminal y deleznable, no parece existir
más oposición que la firme convicción de muchos venezolanos conscientes que
hacen reverberar su mensaje y que no se rinden a pesar del angustiante
estrangulamiento de las libertades básicas, a pesar del crujiente avance de la
maquinaria chavista y su impresionante capacidad manipuladora (que muele todo a
su miserable paso). Y muy a pesar del colaboracionismo de una
dirección opositora mayoritariamente comprada, desorientada, extorsionada e irremediablemente acomplejada
que no sabe cómo canalizar el inmenso
poder y responsabilidad que le ha sido endosado.
Los venezolanos estamos
obligados a sobreponernos y rescatar el alma nacional. Arrollar a estos
pseudolíderes que nos conducen al desastre. Sobran cojones en jóvenes líderes
que aún hoy dan las luchas más difíciles, casi de forma anónima, después de
haber soportado 14 años de guerra psicológica y “tecnología política” de los
expertos más calificados del mundo en técnicas de dominación de masas y
sociedades provenientes de Cuba, Rusia, Bielorrusia, Libia, Irán, Corea del
Norte, Zimbabwe y demás gobiernos forajidos y malvados del planeta.
La lucha es entonces
de unos pocos valientes para liberar
a muchos.
Por @tecnopolitiks
Por @tecnopolitiks
*Término acuñado en enero 2011 en "El Día Después..."
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Complemento 11-11-13
Imprescindible leer también estas sentidas palabras atribuidas al actor Miguel Angel Landa.
"Lo confieso: no tengo idea en donde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mi mismo en este lugar convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía.
A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorporé a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. Nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda, o la amistad. Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas.
Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libros, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él.
El país desapareció de la memoria de las cosas universales; no existen unidades o instrumentos capaces de medir su extraña ausencia. No hay un cadáver que sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se perdió en un críptico agujero negro. Más que una muerte esto ha sido una dislocación en el espacio-tiempo.
Pronto se dirá: “¿Venezuela? Venezuela nunca existió.” Se me ocurre que en ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no-lugar en donde el país se escurrió para desvanecerse para siempre.
Extraño final para un país: no pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablará de nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejará vergüenza."
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Complemento 11-11-13
Imprescindible leer también estas sentidas palabras atribuidas al actor Miguel Angel Landa.
"Lo confieso: no tengo idea en donde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mi mismo en este lugar convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía.
A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorporé a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. Nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda, o la amistad. Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas.
Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libros, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él.
El país desapareció de la memoria de las cosas universales; no existen unidades o instrumentos capaces de medir su extraña ausencia. No hay un cadáver que sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se perdió en un críptico agujero negro. Más que una muerte esto ha sido una dislocación en el espacio-tiempo.
Pronto se dirá: “¿Venezuela? Venezuela nunca existió.” Se me ocurre que en ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no-lugar en donde el país se escurrió para desvanecerse para siempre.
Extraño final para un país: no pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablará de nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejará vergüenza."