Originalmente publicado en http://tecnopolitiks.blogspot.com/2011/01/el-dia-despues.html. Solo se ha editado la imagen. Sin cambios en el texto.
***Un cuento corto con una visión profética de la caída y los hechos posteriores a ésta.
El día despues... Un aire de paz se respira a lo largo y ancho del país. Un alivio masivo flota como una nube. Es un estado de conciencia nuevo pero familiar, como quien despierta de un mal sueño inducido por anéstesicos. Todos, incluyendo los que un día lo siguieron, sentían que se habían liberado de un gran peso. Un poderoso sentimiento de sereno optimismo contagiaba a todos.
Ni remotamente se observaba el infierno prometido tras la caída, solo se observaban focos de violencia aislados.
La gente recorría los mismos lugares de siempre, la panadería, el abasto, el camino al trabajo, pero ahora todo parecía más alegre, los matices más claros, los colores más brillantes, el aire más fresco, la atmosfera más relajada. Se asemejaba al ambiente de júbilo, hermandad y armonía que el aura del papa Juan Pablo II fue capaz de inducir durante su visita a Venezuela.
En la calle la gente empezó a mirarse con nuevos ojos, como de hermanos, como de amigos que se reconcilian, que se reconocen. De repente el señor que barre la calle ya no se veía tan amenazante sin la franela roja. Un “buenos días” sonoro permitió la respuesta amable, a su vez el barrendero ya no percibía tan amenazante al amargado dueño de casa que siempre lo veía con ojos de sospecha. La histeria y la tensión colectiva habían dado paso a este raro y placentero estado.
No duró mucho. Rápidamente empezaron a aflorar sentimientos de culpa. Cada venezolano fue comprendiendo que había desperdiciado buena parte de su vida viviendo en el mundo de un demente, atiborrado de violencia, angustias, temores y conflictos, una pesadilla tan aberrante como innecesaria.
¡Que vaina! Familias destruidas. Gente arrancada de su patria. Años, vidas y bienes perdidos por la locura de un solo hombre y unos seguidores enceguecidos ya por el odio, ya por la ambición, ya por la ignorancia. El tamaño de esta tragedia podía calcularse multiplicando cada hora de estos doce años de zozobra, de opresión, de latrocinio, de negligencia, por el número de venezolanos que la padecieron, luego agregue seis ceros más por las vidas (esas que solo Dios da y el hombre con toda su tecnología no ha podido replicar) perdidas por la omisión e ignorancia de semejante potaje indigesto de demagogia, oportunismo y corrupción que se conoció como la revolución bolivariana.
¡Coño! nadie podía creer que la caída hubiese sido tan rápida. El detonador fue algo trivial, un abuso más de una larga cadena que desató una furia masiva, la gente se hartó, salió espontáneamente a la calle y dijo ¡YA BASTA!. Fue multitudinaria, épica en proporción, una verdadera marea humana en todas las ciudades. La fuerza de un pueblo, un río crecido que retomó su rumbo.
Fue tan masiva y rápida que no hubo capacidad real de reacción oficial. Hubo intentos espasmódicos de contener por la fuerza y causar pánico a los manifestantes. Craso error, agravaron la situación irreversiblemente, ya que algunos manifestantes resultaron heridos o asesinados por las hordas y fuerzas adoctrinadas. La respuesta ciudadana fue masiva y contundente. El gobierno se desmoronó, colapsó en pocas horas. La conclusión de los esbirros, que no eran pendejos, fue rápida: imposible contener a toda esa gente sin hacer una masacre gigantesca. El miedo se apoderó de los cabecillas y las reacciones anárquicas se dejaron a los más adoctrinados, a los brutos e ignorantes y a los saqueadores de oficio.
Un grupo de ciudadanos fue a sacar a los presos políticos de la cárcel y saldar una vieja deuda por haber abandonado a sus caídos en el combate.
La culpa dio paso a un sentimiento de vergüenza, una vergüenza infinita, ¡la madre de todas las vergüenzas! que fue recorriendo las pantorrillas de la sociedad, se apoderó de los corazones para luego taladrar los cerebros y reclamarles: haber sido dominados tanto tiempo por doscientos estúpidos, cobardes y corruptos. Enanos mentales, bastos, burdos y elementales, como lo demostraron en sus últimos momentos, unos rogando por sus vidas y ofreciendo dinero ante un mujerero (la mayoría madres) que los liquidó con las uñas, no quedó rastro de estos ineptos.
Otros, la mayoría, diciendo entre llantos que no estaban de acuerdo “pero que los obligaron” “que ellos no sabían” y pidiendo un fiscal del Ministerio Público, la presencia de Globovisión y de RCTV (que ese mismo día salió al aire en su señal original) para que le garantizaran sus derechos humanos y la vida. Hubo casos de cobardía realmente patéticos y vergonzosos. Algunos, otrora júpiter tronantes, que desgraciaron vidas y libertades, se arrastraban como gusanos implorando clemencia.
Unos pocos de la cúpula revolucionaria lograron abordar el avión del sátrapa cuando despegaba, dos fueron arrojados por sus propios compinches en plena pista, antes de partir a Cuba. Vano intento de escape. La aeronave “el Mojón Sagrado” como de inmediato lo bautizó el pueblo después de semejante plasta, fue interceptada en pleno vuelo y escoltada a una base “imperial”.
Con eso quedaban arruinados permanentemente sus planes y la posibilidad de volver como Guzmán Blanco o como su alter ego CAP. Confiaba en llegar a salvo a Cuba porque en Venezuela no hay muertos políticos hasta que están realmente muertos y enterrados. El nuevo gobierno heredaría una situación desastrosa nada fácil. La gente se cansa rápido y dirían que con su gobierno “había real” o que “robaban y dejaban robar”. Existía una posibilidad cierta de volver en el futuro, paradójicamente, llamados por el mismo pueblo que hoy se alzaba. Con ese escenario en mente habían trasegado miles de millones de dólares del patrimonio público para financiar la contingencia del seguro retorno confiando en la memoria corta del venezolano.
Se presentaron escaramuzas con delincuentes, a quienes personajes grotescos criminalmente entregaron armas de guerra para que crearan el horror luego de la caída. Estos grupos hicieron algún daño en las primeras horas pero los cabecillas se rajaron y empezaron a ser controlados de inmediato. La información de inteligencia empezó a llegar a chorros: ubicación, hombres en armas, nombres, apellidos, alias, armamento. Todo a cambio de algunos “perdones” totales o parciales de acuerdo a la importancia de la información.
Unidades de élite policial y militar que se mantuvieron encubiertas y latentes tomaron el control. La mayoría de las fuerzas policiales y militares se dieron cuenta del cambio de poder y se alinearon de inmediato, comenzando a neutralizar a estos delincuentes. Casi todos, entrenados para causar horror, se rendían sin echar un tiro, algunos tenían información importante que les permitiría negociar las penas. Los más brutos, adoctrinados o drogados abrían fuego inmolándose estúpidamente por un personaje que en valor no les hubiese llegado a las suelas de los zapatos.
Crecía la indignación pública al exponerse la precaria situación de la cosa pública y los signos de la grosera riqueza de la élite bolivariana. A duras penas se podía preservar la vida de los otrora héroes de la revolución. Las nuevas autoridades hacían verdaderos esfuerzos para evitar los linchamientos de los principales perpetradores del Paisidio. Esos, que durante años inocularon en vivo en directo por televisión nacional, el veneno del odio de clases, esos que decretaron la muerte de la decencia, del mérito, de los valores y hasta del idioma, estaban cosechando en carne propia los frutos de lo sembrado. La gente, el pueblo llano, se abalanzaba sobre sus viviendas y familiares, esos bastardos que disfrutaron las mieles del dinero malhabido a costa de la división y miseria de los venezolanos y de la hipoteca de nuestro futuro. Muchos de ellos, nunca se preguntaron de donde salía tanta manteca pa´ esa mantequilla.
Sangre inocente abonó la tierra donde sería plantada nuevamente la libertad (es que nuestros pueblos no aprenden ¡carajo!). Esa sangre sirvió para exorcizar y lavar la sangre de la maldad, que el pueblo arrecho hacía correr a borbotones.
A pocas horas de haber caído el tirano se derrumbó el velo propagandístico y el tinglado de delincuentes, chulos y malafachas que lo sostenía y se empezó a ver la realidad y la magnitud exorbitante de la tragedia: el tesoro público saqueado, las finanzas públicas destruidas ¡inauditables! las riquezas del país entregadas y empeñadas, el aparato productivo desmantelado, las instituciones públicas abatidas e inermes, la infraestructura pública deteriorada y colapsada, los servicios públicos inoperantes, el ejército desmoralizado y desarticulado, los demonios del odio social sueltos y danzando abigarrados en muchos corazones. El país completo desvalijado…en cuatro bloques!
Durante generaciones completas y gobiernos autoritarios en los últimos 150 años no se había visto semejante devastación. Es que ante esta hecatombe de proporciones bíblicas había que buscarle un término preciso ¿Lesa patria? ¿Lesa Humanidad? ¿Devastación? ¡No! Algo de mayor escala: un Paisidio. Es decir, la liquidación planificada y fríamente ejecutada de un país, riquezas, gente, recursos, talentos, cultura, principios, valores e instituciones, a un nivel solo comparable con los campos de exterminio nazis, los gulags soviéticos y la depuración ideológica de Mao, pero cuidándose de no causar tantos muertos. Todo ello para favorecer las fuerzas económicas de la “internacional comunista”. La idea había sido destruir el alma de Venezuela para apoderarse mansamente de sus riquezas.
Pero los venezolanos estaban obligados a sobreponerse y rescatar su alma. Le sobraban cojones después de haber soportado 12 años de guerra psicológica y “tecnología política” de los expertos más calificados del mundo en técnicas de dominación de masas y sociedades provenientes de Cuba, Rusia, Bielorrusia, Libia, Irán, Corea del Norte, Zimbabwe y demás gobiernos forajidos y malvados del planeta.
A las pocas horas de esta Desobediencia Civil activa, masiva e imponente, se oficializó una Junta de Gobierno. Los miembros estaban previamente seleccionados entre civiles y militares, los decretos e instrucciones no eran objeto de la casualidad sino que estaban preparados y su plan de ejecución espacial y temporal perfectamente delimitado, tantos años de oprobio habían servido para que nada quedara al azar.
Los expedientes y demandas contra los opresores estaban listos para ser introducidos. Fue una labor larga y sistemática que un grupo de juristas había adelantado secretamente. Especialmente los casos de genocidio y de delitos contra los derechos humanos estaban revisados y blindados. Los casos más relevantes contra los que se apoderaron de la cosa pública, eran impecables. Los expedientes y la formulación de cargos por traición a la patria eran excelsos.
Nuestro pequeño Núremberg sería conformado. Por fin en Venezuela los delitos serían castigados de forma pública y ejemplarizante para perpetua memoria. Por vía especial se había acordado establecer retroactividad para determinados casos, ya que los Paisidas se habían fabricado un andamiaje legal para garantizarse la impunidad. Las penas serían aumentadas e instaurados regímenes de prisión de por vida en aislamiento riguroso. La justicia sería servida con todos los elementos y recursos que las sociedades modernas usan para preservar la democracia y la libertad ante un crimen de tal magnitud.
Especial preponderancia tenía el anunciado “Plan Venezuela Ahora” que incluía los Programas para la Reconciliación y Reconstrucción Nacional, El Plan de Empleos Productivos para la Infraestructura y los Servicios Públicos y el Nuevo Pacto Social para una Venezuela del Primer Mundo en el 2020. Un compendio de respuestas y soluciones sociales reales y efectivas para los estafados por la revolución bolivariana, que impulsarían el desarrollo humano, cultural y económico del pueblo venezolano. Las auditorías a estos programas serían validados por entes internacionales de calificada experiencia, ajenos a la burocracia internacional.
Sin embargo, la mayor expectativa la levantaba la Ley Especial para la Recuperación del Patrimonio Público que ofrecía jugosas recompensas -un porcentaje del dinero o bienes- a toda persona o institución nacional e internacional que brindara información cierta que condujera a la recuperación del dinero y bienes públicos, provenientes de la corrupción pública o privada, en manos de funcionarios y empresarios bolivarianos cuyos nombres, familiares y testaferros fue debidamente difundido inicialmente en listas actualizables. Esta norma perfilaba como muy exitosa porque permitía a cualquier persona de la cadena de información bancaria o financiera facilitar los datos y hacerse con la recompensa, aun cuando los de arriba, los jefes, no quisieran. El velo bancario y financiero quedaba hecho añicos con ésta norma, la información fluiría a borbotones a la Comisión de Recuperación del Patrimonio.
Las recompensas ofrecidas desataron una cacería sin precedentes a nivel regional y mundial por parte de empresas y especialistas en lavado de dinero e ingeniería financiera. Sus efectos se sentían fuertes en los países del antiguo bloque soviético, en los paraísos fiscales, en los países árabes y asiáticos. Se desató una verdadera guerra dentro de las estructuras jerárquicas bancarias y financieras que obligó a los mismos jefes de esas instituciones a entregar la información para evitar la caída total de sus tinglados y de paso hacerse con el premio. Decenas de funcionarios de otros gobiernos facilitaban a titulo individual información con la esperanza de cobrar las recompensas.
Se calculaba que poco más de doscientos cincuenta mil millones de dólares podrían ser recuperados por esta vía entre bienes, empresas, inversiones y efectivo. Lo recuperado sería destinado a las obras sociales y de infraestructura más urgentes y necesarias.
La Junta de Gobierno publicó de inmediato el llamado a la Constituyente y la hoja de ruta electoral. Se estableció un Período de Revisión Constitucional Especial, mientras se modificaba un bloque de leyes que restituían el Estado de Derecho y que derogaban las leyes inconstitucionales e ilegales dictadas como producto de las acciones desesperadas del régimen por acallar las protestas y despenalizar sus crímenes.
Ese mismo día Venezuela finalmente declaró a Cuba país hostil. Se establecieron medidas que obligaban a los cubanos llegados a partir de 1998, a presentarse, identificarse y quedar a la disposición de las nuevas autoridades. Cualquier castrista armado podía ser dado de baja de inmediato. Se haría un canje por todos aquellos prisioneros de guerra cubanos que desearan regresar, una vez que Cuba hubiere satisfecho todas las demandas de Venezuela. Esta norma también incluía ciertos beneficios migratorios a cubanos, que no estuvieran incursos en delitos o faltas, que decidieran dar información de inteligencia o estratégica para permanecer en Venezuela y luchar a su vez por la instauración de la democracia en Cuba.
El pueblo venezolano forjador de libertades una vez más estaba dispuesto a traspasar fronteras para liberar naciones y vengar la afrenta, presente y pasadas, del régimen castro-comunista. La planta insolente del invasor sería castigada y amputada. Fidel no moriría sin antes haber enfrentado a sus muertos, sus crímenes y el daño a Venezuela.
Una propuesta de norma constitucional establecía la prisión preventiva y el cese inmediato de las funciones públicas a cualquier funcionario que propusiera la modificación de “los artículos pétreos” en materia de reelecciones.
Así transcurría los días posteriores a la caída, el tiempo más emocionante y esperanzador de mi vida como opositor… fue el día que la República de Venezuela propinaba una soberana patada por el culo a la República Bolivariana y empezaba a recuperar su honra, orgullo y dignidad.
GüePagé / @tecnopolitiks
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