viernes, 29 de noviembre de 2013

EL GUERRILLERO Y EL SAMURÁI


Por @tecnopolitiks

 

 
El destino unió a esos dos personajes en un mismo lugar y tiempo. Pueblerinos provenientes de trasfondos familiares diferentes. Uno caótico y sibilino el otro formal y religioso. Unidos por un juramento plagado de intenciones que les suponía la tarea de acabar con las desigualdades que apreciaban en el entorno, atribuible dicha visión a una crisis y agotamiento político que sufría la comarca y como consecuencia de una educación militar constreñida y epopéyica.

El guerrillero había desarrollado una personalidad pragmática, oportunista, “caribe”, fantasiosa, inmediatista, poco dado al apego a algún principio que no fuera satisfacer su inmenso ego.  Letal, no dudaría en recurrir al engaño, la simulación, la emboscada, el apuñalamiento y el asesinato por la espalda luego de lo cual esbozaría una sonrisa.

El samurái había desarrollado una personalidad regida por las formas, el afán riguroso, el sentido religioso, la seriedad castrense, el cálculo y el control de las variables.  Letal, siempre que estuviera dentro de las reglas y campo del combate.

Con sus historias a cuestas por un buen tiempo navegaron juntos con los vientos a favor que una jugada del destino había puesto en sus rumbos. Era obvio que esas dos estructuras mentales, tarde o temprano, terminarían enfrentándose.

A medida que se acentuaban las características de la personalidad del guerrillero su gobierno personalista se impregnaba de ellas y crecía la fosa que lo separaba del samurái.

La hermandad que alguna vez unió a estos dos personajes en una lucha común, en lugar de afianzarse desaparecía con el tiempo a medida que las mismas causas  que alguna vez criticaron y sirvieron de pretexto para la insurgencia crecían sin mesura.

El samurái ya dudaba de la ética, medios y fines del guerrillero. Desconfiaba de su falta de honor.

Puesto en la disyuntiva, el código formalista del samurái lo obligó a salvar al guerrillero de una desaparición segura. De pensamiento concatenado le faltó el eslabón necesario para hilar la base de la solución que nos hubiese librado de esta pesadilla. Poco dado a las flexibilidades interpretativas se apegaba estrictamente a la letra del Bushido o Código Samurái.

“il capo di tutti capi” de estas comarcas latinoamericanas había detectado las características del samurái como quién huele a un extraño en la manada. Esa habilidad de los asesinos de reconocer de inmediato a quién no lo es.  Advirtió al guerrillero y el asedio no se hizo esperar, cada paso, cada movimiento del samurái era milimétricamente medido y vigilado. No podía haber una figura de sombra, menos en ese estamento. “Quien te pone también te saca”. La suerte estaba echada, el samurái debía ser eliminado.

El guerrillero, alérgico a las formalidades, no solo detentaba el poder sino que por pragmático era más rápido que consecuente. Empezó a desahuciar la institución del samurái estando aún éste al frente. Las formas siempre han sido importantes para el samurái, quien tuvo que tragar grueso, el código de conducta es de obligatorio cumplimiento y el deshonor es peor que la muerte.

El samurái se debatía entre la formalidad y la terca realidad que le estallaba todos los días. Siempre decía que “antes que samurái era ciudadano”.  Buscaba solaz rodeado de un ejército real y otro de terracota ambientado con música clásica y esencias para calmar los clamores de su espíritu guerrero. Medía el  tiempo y revisaba las condiciones  calculaba las variables. Para los samuráis la preparación y ética de la batalla es tan importante como el resultado. Ya por eso había rechazado participar en el primer combate al lado del guerrillero.

La vigilancia estricta del guerrillero sobre el samurái dio sus frutos cuando al fin se alineaban las condiciones, se controlaban las variables y éste ritualmente se alistaba para entrar al campo abierto de la confrontación.

La emboscada artera fue rápida se ejecutó un golpe al honor del samurái y con ello su ascendente en el estamento que representaba. Fue despojado de sus armas y armadura. Desbalanceado el samurái resistió, no cayó y fue diestro en el combate. Desarmado ganó la escaramuza. Pero esa afrenta la  pagaría bien cara.

Quiso el destino que unos años después “il capo di tutti capi” decidiera que en la comarca había espacio para un solo capo y que el guerrillero ya había cumplido su ciclo, ahora incomodo, debía ser sustituido por un ego inferior.

Esta historia sigue desarrollándose porque la batalla es contra “il Capo di tutti capi”  mientras tanto el samurái observa como a la larga los principios  perduran, las condiciones se suman y las variables se alinean.   Ahora al lado de la estatuilla de Sun Tzu y del Código Samurai Bushido yace un Manual Ninjutsu.

@Tecnopolitiks  2013

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